miércoles, 19 de octubre de 2016

El Hombre Primitivo



De la mejilla de Alicia cayó una lágrima, que transportaba una embarcación azul cielo, dirigida por un Capitán Porteño. Que iba en busca de su amada, una sirena finesa de pelo rubio y curvado. Le acompañaban ciento y un subsaharianos. La lágrima discurrió hasta caer sobre la carta que Alicia escribía a Andrés, y a al Capitán se le antojó tormenta, en la que, tras suceder, desapareció con la superficie líquida, salada, sobre la que se sustentaba el barco, que desapareció absorbida por un desierto blanco de pergamino. "¡Ah de mis hombres, alcanzamos tierra firme... el Nuevo Mundo... Finlandia, es nuestra salvación!". Las letras subsaharianas de la carta se emborronaban en fila junto al dibujo del barquito, y Alicia soltó dos nuevas lágrimas, que con la anterior

hacían un total de tres,

su amado se llama Andrés,

con el nudo de un buen lazo

ata en ella su abrazo

y lo traduce al inglés,

diciendo

"my tears are yours..."

...y le envía la carta con sus tres lágrimas.


* * * * *


BANDO: Ella está entristeciendo. Fdo: El Alcalde

...era el bando colgado de la puerta de la iglesia con la que topó el Capitán Porteño (que de ella no era dueño) y se dirigió al ayuntamiento a preguntar por ella (Alicia). Quiso el Capitán despertar (unas horas antes) del sueño lúcido y revelador en el que se sumió la noche previa (anterior) donde sus compañeros de ébano tomaban forma de letras en una bella carta escrita a mano:


"Sin poder evitarlo, Andrés, te recuerdo en un murmullo que sigue a mi corazón. Te veo en cada rostro, tras cada acto cotidiano te encuentro, me desvivo sin verte. Te dibujo un velero azul cielo, donde el capitán podrías ser tú, que vienes de nuevo al Viejo Continente para poder reencontrarnos, te echo de menos amor...((sigue texto ilegible))"


El alcalde era una estatua de bronce que movía sus labios, emitiendo animales enmascarados entre palabras. Le dijo que debía descender al Infierno de Hielo y robar la ramita verde de olivo del pico del ave cristalina, que era custodiada por cuatro muros de zarzas de espinos venenosas y un Hombre Primitivo. Le dijo, de todo lo que tengo, sólo te puedo dar las seis vidas que no ha gastado mi gato, mi intuición, que con la tuya hacen siete. No dudó el capitán en lanzarse a la aventura.


En el país, primero se encontró con un hombre de alta estatura, y le pidió el Capitán fuego para encender su acre tabaco. No le dijo palabra y se alejó como venía. Después se encontró con un hombre de baja estatura, le pidió el Capitán fuego, y el segundo y le dijo que él no cedía favores a pecaminosos. Y en tercer lugar se encontró con un cuervo que llevaba algo brillante en el pico. Lo atrapó, y le dijo el cuervo: "Si me dejas libre, te daré lo que me pidas". Y dijo el Capitán: "Sólo quiero fuego". Entonces el cuervo le regaló el encendedor de mecha que llevaba en su pico. "No tiene piedra, pero podría serme útil". Y partió en busca del Infierno de Hielo.


Tras diez jornadas andando por parajes helados, llegó a la frontera del Infierno Helado, donde lenguas de hielo poblaban la vista. Ellas le decían al capitán todo tipo de comentarios perturbadores para que abandonase su empeño. "No lo vas a conseguir", "Estás perdido en el desierto helado" "Ella no es tuya". Aún así persistió a pesar de las cortantes voces ululantes y siguió avanzando.


Entonces llegó al rellano en el que el Hombre Primitivo custodiaba al ave cristalina, dentro de una jaula de diamante, rodeada a su vez por cuatro muros de zarzas mortíferas.


Esperó a que el Hombre Primitivo se despistara para acometer su avance final.

El Hombre Primitivo se quedó dormido, y el Capitán intentó trepar el muro de zarzas, gastando una de las vidas que le regaló el alcalde.


En un segundo intento, intentó de nuevo trepar la muralla por otro flanco, gastando una nueva vida. Entendió que debía hacer algo diferente hasta acertar.


En un tercer intento, observa al Hombre Primitivo y le despierta, el valiente se esconde raudo y el Hombre se levanta. Al hacerlo deja a la vista una piedra gris de afilar que usaba para hacer fuego. "Bien" se dijo el Capitán "Eso puede funcionar con el encendedor que me entregó el cuervo azabache."


Gastó una nueva vida al acercarse al Hombre primitivo y cayendo por un foso de punzantes agujas cristalizadas, atrayendo al ser grotesco hasta su borde. Allí permaneció el Capitán quien, escondido y entre sollozos dejó caer tres lágrimas, que al entrar en contacto con el hielo se convirtieron en una piedra de obsidiana. Dijo: "Estas son la piedra del encendedor de mecha." Y siguió escondido hasta al día siguiente, donde al intentar salir perdió las vidas que le quedaban hasta tener no más que la propia que le regalaron Dios y su madre. Decidió esperar a la noche.


El Hombre Primitivo dormía, y el Capitán se acercó con sigilo hasta el muro vegetal, sobre cuya base chiscó el mechero tres veces hasta que prendió. Los bufidos de las grandes llamaradas despertaron al Hombre Primitivo, que notaba que se deshacía su cuerpo gélido al exponerse a la influencia del fulgurante calor, licuándose. A través de una garganta abierta en un muro, el Capitán avanza, abre la jaula y toma entre sus manos al ave cristalina, deshaciéndose y apareciendo en su lugar una paloma blanca, que sale volando con la rama de olivo en su pico.


"No he conseguido la ramita de olivo", dijo en desesperación el Capitán, a lo que el Hombre Primitivo respondió: "Tranquilo, vuelve a su casa en al pueblo, con su amo el alcalde, antaño rey de estas tierras". Y al girarse vio que el Hombre Primitivo se había convertido en una figura humana con el cuerpo cubierto por pelo manchado de herrumbre. "Soy Juan de Hierro, y soy la metáfora del Hombre. Andrés, ve a visitar a tu amada Alicia, que te espera en su tristeza, y olvida la rama de olivo y la jaula de diamante, embarca de rumbo al Viejo Continente de vuelta en su encuentro..."


Y Andrés, el Capitán de nuestro sueño, se encarna en la realidad en el amante de la melancólica Alicia; y no duda en viajar en barco desde las Américas hasta Cádiz, y en carruaje hasta Madrid, para abrazar a su amada en un gesto eterno que le devolverá la felicidad, viviendo felices para siempre jamás (tarot torah rota).

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